Esta semana - como lo han hecho en muchas otras ocasiones a lo largo de la historia- mujeres salieron a las calles a exigir una vida libre de violencia para todas. Salieron a exigir protección del Estado y de las autoridades. Salieron a exigir que quienes están encargados de protegernos no ejerzan violencia sexual contra las mujeres y las niñas. Salieron a exigir que agentes de seguridad no las violen o sean cómplices de estos delitos, que las carpetas de investigación se integren con perspectiva de género y que se proteja a quienes tienen el valor de denunciar estos actos.
Tomaron las calles con rabia, con coraje y con brillantina rosa. En el camino se rompieron vidrios y puertas, pero también se rompió con el silencio y la indiferencia de los que muchas veces somos presa.
Como funcionaria pública, madre y como mujer estas imágenes duelen. No duele la puerta o la brillantina. Duele que una y otra vez tengan que salir a gritarnos que les fallamos (porque sí, les fallamos). Duele porque otra vez se sancionan los “tonos” con los que se exige justicia pasando por alto la gravedad del agravio: las están violando, las están matando.
Lo de esta semana es un llamada de atención más para que decidamos sin pretextos, sin excusas y sin medias tintas estar del lado de las mujeres que han sido víctimas de la violencia machista. La llamada de atención no es hacia un gobierno en particular, sino hacia un sistema que se ha caracterizado por un alto nivel de impunidad, desconocimiento y omisión frente a la violencia que las mujeres enfrentan todos los días.
Hace unos meses celebramos en el Senado la aprobación de la #ParidadEnTodo. Ojalá que tengamos el valor, la humildad, y la sororidad suficiente para que la presencia de mujeres en el poder y con poder se traduzca en transformar el poder mismo para hacerlo menos violento y para construir un país en el que las mujeres y niñas puedan vivir sin miedo y sin violencia. Mientras tanto, que la brillantina rosa siga corriendo como recordatorio de las deudas que nos quedan por saldar.
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