Regresar a una nueva normalidad, implica replantear cómo pensamos y planeamos el presente y futuro de nuestras ciudades. Hacerlo tendrá que pasar por una reflexión y diálogo colectivo en el que nos preguntemos en qué tipo de ciudades queremos vivir. Una de las respuestas más recurrentes durante estos meses ha sido el poner a la tecnología y a sus muchas aplicaciones en el centro de las estrategias para regresar a los espacios públicos, y una vez más, se ha planteado el diseño de “ciudades inteligentes” como una alternativa para construir “mejores” ciudades. Sin embargo, estas iniciativas representan también un riesgo y un obstáculo enorme para la construcción de ciudades menos desiguales y sustentables.
Las ciudades inteligentes han sido promovidas como una especie de utopías urbanas, en las que la tecnología pareciera “resolver” todos los problemas urbanos. Muchas de estas soluciones pasan por reestructurar la infraestructura y las interacciones de sus habitantes con el objetivo de “eficientar su vida”. En este tipo de modelos, los algoritmos, la inteligencia artificial y las aplicaciones organizan casi la totalidad de las actividades económicas y sociales.
En el contexto de la pandemia, el desarrollo e implementación de ese tipo de aplicaciones ha sido acelerado. Por ejemplo, en Seúl, Corea, el gobierno hizo un sitio web con las rutas que los últimos portadores del virus tomaron y si el lugar que visitaron fue desinfectado o no. Este tipo de intervenciones podrían parecer efectivas, pero también podrían vulnerar la privacidad de las personas y profundizar desigualdades ya existentes. Por otro lado, también han surgido iniciativas como plataformas de ayuda a la sociedad, en las que se fondean donaciones, se entrega comida a estudiantes, y se hacen servicios de entrega a personas vulnerables. En México restaurantes han emitido bonos para los comensales y se han repartido despensas con ayuda de colectivos como Agrega+. En ese sentido, académicos como Richard Sennett, Profesor de Estudios Urbanos del MIT, han advertido la pandemia podría provocar un cambio en el cómo entendemos a las ciudades inteligentes, pasando de modelos centrados en una visión exclusivamente técnica de los problemas urbanos, a modelos centrados en humanizar nuestras ciudades.
Soy la primera convencida de que la tecnología puede ayudar a resolver muchas problemas públicos de forma más eficiente, y de que la innovación y la creatividad han sido a lo largo de la historia los motores de nuestras sociedades. Sin embargo, la tecnología no puede resolver todos los problemas, y su despliegue indiscriminado en todos los ámbitos de la vida humana visto como fin, puede generar muchos más problemas de los que puede resolver. Tal como lo ha expresado Ben Green, colaborador del AI Now Institute, debemos de aspirar a ciudades lo suficientemente inteligentes, que vean a la tecnología como herramienta y no como fin, para, junto con otras formas de cambio social, construir espacios más democráticos, incluyentes y menos desiguales.
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