Hace unas semanas en este mismo espacio hablé de cómo la ciencia abierta ha contribuido a enfrentar la pandemia, y de cómo mientras las fronteras físicas se cerraron, la cooperación y la circulación de investigación e información alrededor del mundo han sido vitales para robustecer estrategias de prevención, contención y mitigación, y para desarrollar vacunas, tratamientos y diagnósticos para la enfermedad de COVID-19. Lamentablemente, estas prácticas parecen contrastar con lo que ha sucedido en el terreno del registro de patentes y licencias. Lo anterior preocupa y debe ocuparnos porque de ello depende el poder garantizar la accesibilidad y distribución de vacunas y tratamientos médicos a todas las personas.
La colaboración y el intercambio de información durante estos meses ha logrado acelerar y eficientar la investigación del coronavirus. Por ejemplo, biólogos de la Universidad ShangaiTech en China comenzaron la tarea de revelar la estructura de la enzima “Mpro”, misma que se descubrió el virus requiere para reproducirse. Los biólogos registraron sus resultados en el Protein Data Bank, un panel digital de acceso abierto de estructuras biológicas en 3D, disponible para investigadores alrededor del mundo. Gracias a este tipo de acciones, un trabajo que para el caso de la epidemia del virus SARS-CoV de 2003 tomó dos meses, en esta ocasión tardó solo una semana.
En contraste, de acuerdo con lo señalado por distintas organizaciones de investigación y humanitarias como Médicos sin Fronteras o la revista de divulgación científica Nature, algunos países han decidido no construir sobre estos claros ejemplos de cooperación, y se han retraído en el tecno proteccionismo, una decisión que podría tener graves consecuencias para el mundo. Desarrollar una vacuna y tratamientos efectivos es tan solo el primer paso para combatir al virus, el que sigue, tan importante como el primero será asegurar que pueda ser distribuido en todos los países, y ser accesible para todas las personas.
Con esa idea en mente, México promovió la resolución A/RES/74/274 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, “Cooperación internacional para garantizar el acceso mundial a los medicamentos, las vacunas y el equipo médico con los que hacer frente a la COVID-19”, misma que fue aprobada por consenso y suscrita por 179 países, el 20 de abril.
A pesar del aparente éxito de la iniciativa del gobierno mexicano, al día de hoy hay, desde mi punto de vista, cuestiones que preocupan:
La resolución misma reconoce sus limitaciones, y su efectividad dependerá de la adopción de otras resoluciones, de las acciones llevadas a cabo por el Secretariado General de la ONU y la Organización Mundial de la Salud, y de las decisiones de los Estados.
Países como Estados Unidos y el Reino Unido se han mostrado renuentes a implementar cambios en relación a la propiedad intelectual y patentes, y han preferido continuar trabajando bajo el modelo tradicional a través del cual una compañía obtiene la propiedad intelectual de la vacuna y esta es la responsable de otorgar licencias para quienes deseen desarrollar.
Ante este último escenario, Médicos sin Fronteras ha hecho un llamado para: prevenir que patentes y monopolios limiten la producción y el acceso a la vacuna o el tratamiento para el COVID- 19; priorizar la disponibilidad de equipo médico para la protección y tratamiento del personal de salud haciendo frente a la pandemia; e incrementar la transparencia y coordinación entre los gobiernos y otros compradores para monitorear y mitigar la crisis de salud.
Otra iniciativa relevante ha sido la lanzada por la Alianza de Universidades por Medicamentos Esenciales consistente en un mapa que da cuenta de la distribución de recursos públicos para el desarrollo de vacunas. Esto es especialmente relevante dado la enorme cantidad de recursos que los Estados han dispuesto para el desarrollo de una vacuna y de tratamientos, recursos que muchas veces terminan beneficiándose solo unos cuantos. El objetivo de este mapa es contribuir a que las universidades e instituciones receptoras de estos fondos, tomen conciencia de su responsabilidad en lograr el acceso a estas innovaciones.
Aunque el pico de la pandemia haya pasado, tenemos como humanidad, un reto igual o mayor: lograr que la innovación y la ciencia beneficien a todas las personas, y que las desigualdades entre países y dentro de estos, no sean un determinante de quién tendrá acceso a las vacunas y a los tratamientos que se desarrollen. Fallar en esta misión costaría miles de vidas, atribuibles ya no al coronavirus, sino a nuestra incapacidad de entender que más que nunca, si no nos buscamos salvar todos, nadie se salvará.
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