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La participación plena de las mujeres en la vida política

Los movimientos feministas en México siempre han sido un ejemplo de valentía, de determinación y de perseverancia. Una de sus más grandes victorias fue la reforma del 17 de octubre de 1953 a los artículos 34 y 115 de la Constitución, que reconoció a las mujeres como ciudadanas con el derecho de votar y de ser votadas.

El camino a la participación plena de las mujeres en la política de nuestro país no ha sido corto, mucho menos fácil. La primera mujer mexicana electa diputada al Congreso de Yucatán, Elvia Carrillo Puerto, se vio obligada a renunciar por amenazas de muerte. Académicos señalan que aunque —en papel— las mujeres obtuvieron el derecho a votar y ser votadas en 1953, este no fue realmente efectivo sino hasta los años 70.

Al día de hoy, solo ha habido 6 candidatas a la Presidencia de la República y 7 gobernadoras o jefas de Gobierno del Distrito Federal, ahora Ciudad de México. Recientemente, candidatas electas fueron presionadas para que renunciaran a sus cargos y los cedieran a hombres. De los 8 coordinadores de grupo parlamentario en la actual legislatura del Senado de la República, solo una es mujer.

Nuestra presencia tiene impactos mucho más profundos que la paridad que aunque necesaria, no es suficiente. La participación de las mujeres importa sustantiva y simbólicamente. Nuestras voces son importantes en todos los asuntos, y son fundamentales en temas como el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, el derecho a vivir una vida libre de violencia, el acceso pleno a la salud, a la educación y al medio ambiente sano.

Nos necesitamos para poder estar en espacios públicos sin miedo y para terminar con las expectativas sociales sexistas. Nos necesitamos para construir una economíamás humana y más sostenible. Todas estas son batallas políticas que pasan por nuestros cuerpos, por nuestras vidas y por nuestros sueños.

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