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La tecnología no nos salvará

La semana pasada la Corte Interamericana de Derechos Humanos adoptó la Resolución 4/2020 sobre los derechos humanos de las personas con Covid-19. En el documento se advierten diversas directrices para que los Estados protejan derechos de las personas con COVID-19 y los de sus familias. Uno de los derechos a los que se refiere la Resolución es el derecho a la privacidad, y en ese ámbito, a la necesidad de que los gobiernos reflexionen sobre cómo adoptamos e implementamos distintas tecnologías en nuestros esfuerzos por contener y mitigar la pandemia. 


La directriz 35 de la Resolución es muy importante porque subraya un aspecto que, quienes estamos relacionados con la tecnología, solemos pasar por alto: reconocer que la tecnología por sí misma, no puede resolver complejos problemas políticos y sociales, mucho menos la propagación del coronavirus. Por eso, la directriz establece que antes de considerar aplicaciones tecnológicas y herramientas de georeferencia en los esfuerzos de prevención y de contención del nuevo coronavirus, se exploren alternativas con menos afectaciones  a la privacidad de las personas. 


Esta directriz, apunta a una perspectiva a la que investigadores como Ben Green se han referido como “tech googles”; es decir, una visión reduccionista que se acerca a problemas políticos y sociales pensando que la tecnología por sí misma tiene el poder de resolverlos de manera rápida, técnica y neutral. A pesar del éxito de esta visión para propagarse proponiendo por ejemplo, servicios públicos más eficientes, cada vez existen más ejemplos en el mundo del fracaso de estas supuestas soluciones fáciles y universales. Ya analistas han advertido de los riesgos del despliegue de tecnologías de rastreo de contactos en los esfuerzos de mitigación de la pandemia, e incluso han cuestionado su efectividad. 


Uno de los ejemplos más conocidos de los problemas de esta visión es el modelo desarrollado MIT de una ciudad sin semáforos, en la que se resolvía el problema del tráfico y de accidentes de coches, aumentando con ello también la “eficiencia” de los traslados. ¿El problema? en su modelo no existen ni las personas, ni las bicis: solo coches. Sin duda, no se equivocaron al presentar traslados más eficientes; pero solo para unos cuantos. El problema de esta visión es que ignora la complejidad de muchos de los desafíos a los que nos enfrentamos, y las numerosas y desiguales estructuras de poder e intereses que conviven en nuestras sociedades. Al final, esta visión suele reforzar desigualdades, e inclinar la balanza - aún más - hacia quienes ya tienen poder; es decir, desde esta visión existen pocas posibilidades reales de transformación social. 


La tecnología es sin duda una herramienta poderosísima para construir un mundo más justo, más humano, menos desigual; pero para que se pueda lograr este objetivo tenemos que darle su justa dimensión y aceptar que este proceso tiene que pasar por luchas y debates sociales y políticos más amplios; sólo reconociendo las limitaciones y peligros de la tecnología, podremos, como lo advierte Ben Green, potenciar y aprovechar sus beneficios.


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