Hace unos días el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, publicó “Cómo Comemos”, información acerca del costo real de la producción no sostenible de alimentos, donde se identifican los múltiples factores de impacto ambiental y de salud, así como posibles soluciones. Lo anterior ha revelado una dolorosa contradicción: mientras que en los países desarrollados se ha registrado un aumento de enfermedades debido a la dieta occidental, 820 millones de personas en el resto del mundo no tienen suficiente comida para vivir. Las consecuencias de la forma en que producimos y consumimos nuestros alimentos tienen graves efectos tanto en la salud de las personas, como en la naturaleza y el equilibrio ecológico.
Los avances tecnológicos y la producción en masa que han hecho posible la suficiencia de comida en el mundo no están siendo dirigidos de forma eficiente. Un informe de EAT-Lancet, una comisión de investigadores en nutrición, salud y sustentabilidad, advierte que 2 mil millones de personas tienen deficiencias de micronutrientes, mil millones pasan hambre y 2,100 millones de adultos tienen sobrepeso u obesidad. Nuestra forma de comer no solo está teniendo graves consecuencias en el planeta, sino también en nuestra salud.
Las grandes extensiones de tierra que se necesitan para producir alimentos han ocasionado la deforestación de miles de hectáreas. De acuerdo con el PNUD, la producción industrial de alimentos emite la cuarta parte de las emisiones de carbono, y utiliza 70% del agua potable disponible en la tierra y ocupa un 40% de la superficie terrestre. Sin embargo no toda la afectación al medio ambiente está relacionada con la producción de alimentos: el desperdicio de comida equivale al 8% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero y un tercio de los alimentos producidos se desperdician en la cadena de valor. Evitar esto, ayudaría a que más de 870 millones de personas por año tengan acceso a comida.
La masificación de la producción de alimentos también ha tenido repercusiones. Por ejemplo, hoy existe menos variedad y cantidad de cosechas así como alimentos menos nutritivos. Las cosechas que requieren condiciones climáticas y de terreno muy específicas, como el cacao, aguacate, entre otros, son las que más riesgo corren ya que pequeños cambios en la temperatura o la intensidad de lluvias, puede disminuir o eliminar las zonas de cultivo.
En nuestras manos está la respuesta.
Además de políticas públicas enfocadas en una producción alimentaria sustentable, disminución en el uso de pesticidas, etiquetado correcto de alimentos y educación alimentaria; como consumidores tenemos el poder de elegir consumir productos locales y de estación y llevar una dieta balanceada. Comer saludable no debería implicar la compra de alimentos de alto costo que difícilmente se encuentran en nuestro país, y que requieren ser transportados - con la contaminación que eso supone - sino que debería ser algo accesible para todos los mexicanos. Rescatemos iniciativas como huertos personales, escolares y comunitarios. Evitemos desperdiciar alimentos, y disminuir el consumo de alimentos procesados y que requieren de un uso intensivo de la tierra o explotación marina, como las carnes, pescados, lácteos y derivados.
Desde el Senado, debemos contribuir a diseñar políticas públicas que transformen nuestras formas de producción y consumo, y que al mismo tiempo tomen en cuenta las profundas desigualdades y contextos que existen en México. Con las medidas anteriores, además de tener mejor salud, cuidar al medio ambiente y apoyar a nuestra economía local, estaremos protegiendo la biodiversidad y procurando la seguridad alimentaria del futuro.
Comments